* En marzo de este 2019 jubilará este Profesor Emérito de la UACh, que ha dedicado su vida a la investigación para mejorar la medicina. En esta entrevista realizada por El Diario Austral Región de Los Ríos, expone su mirada sobre la situación actual de la ciencia y la recién creada Unidad de Microscopia Electrónica.
Escrito por: Claudia Muñoz David – Periodista El Diario Austral Región de Los Ríos
Fotografías: Juvenal Alun Gómez – Fotógrafo El Diario Austral Región de Los Ríos
Ha realizado la peregrinación de Santiago de Compostela en varias ocasiones. El médico argentino, Profesor Catedrático de la Universidad Austral de Chile y director de la Unidad de Microscopía Electrónica (UME) de esa casa de estudios, Dr. Esteban Rodríguez, ha recorrido el famoso camino español -de unos 900 kilómetros- a pie, solo y con sus nietos. Cuando lo recorrió solo, se detuvo en medio del camino para llamar a uno de sus amigos más queridos. En ese momento era la única persona con la que deseaba hablar, pero le comunicaron que su amigo había fallecido el día anterior. Muy triste, entró en una de las posadas medievales de la ruta. El posadero lo escucho, lo abrazó y le dijo: “El camino de Compostela es como la vida. Se goza y se sufre”.
Esas palabras le quedaron grabadas. Porque era verdad, en su vida ha habido y sigue habiendo de todo. Lo más reciente fue haber dictado su última clase (ver noticia), en diciembre de 2018, ya que jubilará en marzo de este año. Fue para los alumnos de su querido Curso de Neurociencias, más que un curso, un club. En diciembre también recibió una gran sorpresa. La modernización de la unidad de microscopía, que él dirige, fue elegida como la mejor noticia del año por los lectores de Diarioaustral Región de Los Ríos (ver noticia). Cuando se enteraron, en la unidad organizaron una fiesta.
Ese centro es pionero en Sudamérica (ver noticia), pero su formación es una historia de más de 30 años. Actualmente la universidad cuenta con una unidad que posee equipamiento apto para desarrollar desde análisis forenses, hasta investigaciones que buscan determinar contaminación ambiental. Esa unidad está formada un sistema de microscopios que interactúan y se potencian. La inversión total realizada para implementar la unidad bordeó los 3 mil 500 millones de pesos.
Su trabajo y su familia han sido experiencias hermosas. Está casado con la orientadora social y familiar Raquel Susana Monarca y tiene cuatro hijos Pablo, médico oncólogo; Viviana, filósofa; Claudia, profesora de literatura y Virginia, médico dermatóloga. Pero recuerda con tristeza el momento en que debió dejar Argentina, en 1976, luego del golpe militar. “Destruyeron todo lo que había armado”, explicó.
Su infancia
Nació en Junín, en la provincia de Mendoza. Su padre, Esteban Rodríguez, era el peluquero y barbero del pueblo, pero también era el dueño del único taxi de ese sector vitivinícola. Su madre, Blanca Cairo, se dedicaba a enseñar corte y confección. Tenía dos hermanas mayores, quienes también trabajaban. “Las viñas siempre daban buenos frutos para tener una vida razonable, por lo que recuerdo ese tiempo como idílico. En Argentina se daba, y se sigue dando, que el dueño de una gran viña podía tener su casa al lado de la nuestra, la del peluquero, sin separaciones. Por esto mis amiguitos eran de familias bastante más pudientes que la mía, pero pasábamos tiempos maravillosos, todos juntos, jugando sobre los árboles o jugando ping pong y ajedrez en la parroquia”, relató. Incluso trabajó en la Acción Católica durante su adolescencia.
Esteban Rodríguez fue el primer integrante de su familia en cursar estudios universitarios, pero antes se dedicó a trabajar en contabilidad. Aunque la administración no era un área que le apasionara, estudió en una escuela de comercio porque sabía que si quería llegar a la universidad debía trabajar. Obtuvo el título de perito mercantil y, durante las noches, se hacía cargo de la contabilidad de pequeñas empresas y farmacias.
Su carrera
A Rodríguez le gustaba la biología, pero a mediados del siglo 20 las únicas alternativas para estudiarla era seguir las carreras de medicina o bioquímica. Ingresó a la Universidad Nacional de Cuyo, cuando tenía 17 años, luego de autoformarse para poder pasar los exámenes. La Facultad de Medicina en esa universidad había sido creada un año antes de que Rodríguez ingresara, con la propuesta de ser la mejor del país.
Tuvo profesores españoles que habían huido de la Guerra Civil y también argentinos, que habían realizado estudios y trabajos en el extranjero. Uno de ellos fue Mario Burgos, uno de los primeros investigadores en usar microscopios electrónicos. Él llevó el primer equipo de este tipo hasta Argentina. “Hizo un pequeño concurso de estudiantes de medicina y nos tuvo todo un verano investigando cosas elementales de laboratorio. Empezamos 20 y eligió a dos. Fui uno de ellos y me convertí en su ayudante. Tenía 19 años cuando tuve la oportunidad de ayudarlo y después de investigar por mi cuenta”, explicó. Y nunca paró. “Ya estaba atrapado por el mundo de lo infinitamente pequeño”, agregó.
Cuando estaba en cuarto año asistió al primer congreso mundial de endocrinología, en Copenhague, invitado por el médico argentino y premio Nobel de Medicina de 1947, Bernardo Houssay. “Trabajar con él era un sueño, fue él quien me impulsó a estudiar el hipotálamo. Así comencé el camino de la investigación”, explicó.
En la academia
Rodríguez fue uno de los primeros becarios del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas de Argentina, Conicet, y también fue de los primeros que la usó para ir al extranjero. Fue investigador del Departamento de Farmacología de la Universidad de Bristol, en Inglaterra, casa de estudios que adquirió un microscopio electrónico solo para él.
“Entré a una pequeña familia de notables científicos europeos. Ahí se estaban descubriendo, aislando y purificando las hormonas del cerebro. Me quedé por mucho tiempo. Trabajaba con el profesor Hans Heller, quien fue uno de los tres maestros que he tenido en la vida”, contó. Ahí obtuvo el grado de PhD. También trabajó en Estados Unidos, en Columbia, Missouri, pero en 1971 decidió volver a Argentina, a su Mendoza natal, donde formó un instituto de investigaciones endocrino-oncológica. Trabajó en la función endocrina del cerebro, pero asociada al cáncer de mama. “Logré hacer un instituto en el que igualmente se investigaba y analizaba a las mujeres con cáncer mamario, con las metodologías que se usaban en ese tiempo para evaluar sus hormonas”, explicó.
Solo pudo permanecer unos cinco años en Argentina. Durante el golpe militar debió dejar la universidad. Y así llegó a Chile, a la Universidad Austral, para trabajar con el patólogo Ítalo Caorsi en investigaciones relacionadas con el uso del microscopio electrónico, primero en estudios renales.
Pero también hizo otras contribuciones a la ciencia nacional. Fue uno de los precursores de Conicyt. También fue presidente de la Sociedad de Biología de Chile, el único -en ese momento- que no provenía de la Universidad Católica o de la Chile. En esa época colaboró con el proceso de repatriación de los científicos chilenos que se habían ido durante la dictadura. En la UACh ha aportado en la evolución de la Facultad de Medicina. También lidera el Curso de Neurociencias de la Universidad Austral de Chile y la Unidad de Microscopía Electrónica.
-¿Qué significa para usted la Unidad de Microscopía electrónica que se formó en la Universidad Austral de Chile?
-Esto se logró porque se formó un equipo de personas con fuego sagrado. Cuando llegué acá había un microscopio electrónico, que había comprado Caorsi. Fuimos tan buenos amigos, tenía tantos ideales y visión, que nos fuimos entusiasmando mutuamente a hacer cosas juntos. En uno de mis viajes a Inglaterra, en 1979, volví a Bristol y no encontré el microscopio que me habían comprado. Me dijeron que estaba guardado, pero me lo podía llevar. Con esto se logró desarrollar la nefrología en Valdivia. Luego fueron incorporados otros microscopios, uno japonés comprado y otro donado desde Suecia. Así comenzó la antigua unidad, hasta que los microscopios comenzaron a morir. Me daba pena, porque la universidad se prestigió, por lejos fue el mejor centro que hubo por décadas. Daba pena que esto muriera, pero se formó la idea de regenerarlo. Y con mucho esfuerzo -uno que duró 14 años- se logró implementar tecnología de vanguardia. Yo me voy en marzo y no he usado los nuevos equipos, pero para mí lo más importante es que esto fue hecho para servir a otros. Va a servir a tanta gente en Chile, habrá mejores diagnósticos, mejor justicia, habrá mejor desarrollo en el área minera y en tantas áreas. Para mí es dejar algo que le va a hacer bien a Chile y es una alegría haberlo podido hacer. Agradezco a las autoridades, a la gente y “al de arriba” por permitirme dejar esto como un pequeño tributo a un país que amo mucho. Con el correr de los años se verá que fue una obra noble, un término no muy usado hoy. Es un ejemplo que deben ver las nuevas generaciones, las buenas obras puestas al servicio de los otros.
-¿Qué opina del desarrollo actual de la ciencia?
-Creo que la ciencia ha perdido el rumbo. Dejó de ser lo que ha sido por mil años. En las últimas décadas dejó de ser una vocación con una llama sagrada, como la sigue teniendo mucha gente en otras áreas, como la pintura o un músico. Es una pasión para siempre, no una pega. Hoy se ve así y el fenómeno es universal. Antes se pagaba poco por hacer ciencia, ahora ha adquirido un carácter empresarial y materialista. Es algo que vengo denunciando hace unos 20 años. La ciencia no ha cambiado, sino las personas que la hacen.
-¿En qué lo nota?
-Ya no se investiga por buscar la verdad, sino que para publicar un paper porque esa es la llave que me abre la puerta a más fondos para producir otro paper. También creo que Conicyt ha perdido el rumbo. Todas las personas son números. Dime cuántos papers tienes y cuál es tu índice de impacto. En base a una fórmula matemática ven si apoyan o no. La gente tiene que someterse a eso y toda su tarea es bajo presión, son chalecos de fuerza que hacen perder la libertad. Si hay algo que caracteriza a la ciencia es la libertad, que es fundamental para crear. Se pueden tener buenos resultados en cuatro o cinco años, pero no bajo presión.
-¿Cree que la creación del Ministerio de la Ciencia es un camino para cambiar esto?
-Soy un escéptico. No va por ahí la cosa. Lo que se tenía que haber hecho era repensar y reorientar Conicyt, además de darle fondos. Es cómo funcionan las cosas en otros países. ¿Hay Ministerio de Ciencia en Alemania o Inglaterra? No, funciona de otra manera. Puede que este nuevo ministerio funcione, no lo sé, pero temo más burocracia, cargos y recursos para la burocracia y no para el laboratorio. Honestamente, creo que están todos perdidos. Cuando fui presidente de la Sociedad de Biología de Chile hicimos cosas preciosas con Ricardo Lagos cuando fue Ministro de Educación. Eduardo Frei y Patricio Aylwin también hicieron bastante, pero todo se ha ido desdibujando.
-¿Es pesimista el futuro?
-Por supuesto que hay personas que tienen el fuego sagrado, pero están diluidos. Sigue habiendo jóvenes valiosos. He formado en la Universidad Austral de Chile a 43 personas en ciencia, en programas de postgrado. Es un buen número. No más allá de 5 o 6 han mostrado vocación real. Cuando charlo con mis viejos colegas de Europa, ellos tienen la misma cantidad. Tal vez eso es lo que hay en la humanidad. Lo mismo que para la música, una cosa es ir y estudiar, pero hay otros que lideran y comparten. ¿Cuántos médicos tienen vocación real de servir a los pacientes y no a sí mismos? Pero creo que estos son ciclos, son etapas. Ya se está viendo que se está volviendo a cierto equilibrio, a ciertas actitudes razonables. Espero que en Chile esto ocurra pronto, porque es un proceso que va un poco más retrasado.
-¿En qué sentido Chile se encuentra un paso atrás?
-A veces le cuento a mis colegas en el extranjero cómo se dirige y organiza la ciencia, sobre todo a mis colegas de Estados Unidos. Ellos no lo pueden creer. Esta especie de enfermedad del “dime cuánto publicas y te diré quién eres y veré si te doy un cargo y una beca” nació en Estados Unidos, pero ellos se asombran de lo extremista que es Chile. Si algo se le puede pedir a la ciencia es racionalidad, no la creación de supraestructuras para seguir reproduciendo modelos desgastados.
“Siempre he dicho que Valdivia es una trampa”
Cuando ocurrió el golpe militar en Argentina estuvo a punto de radicarse en Canadá. Ya tenía una buena oferta laboral y solo esperaba las visas para emigrar, pero Valdivia se cruzó en su camino. Fue invitado por el patólogo Ítalo Caorsi, uno de los fundadores de la Uach, a pasar dos semanas en la ciudad para dictar una charla sobre cáncer mamario. Lo primero que lo impactó fue la naturaleza. “No había estado nunca en Chile. En Mendoza tenemos un culto por los árboles, porque no hay, todos son plantados. Cuando llegué a Valdivia en tren empecé a ver los bosques, el río San Pedro. No tenía idea de esa belleza”, relató. También conoció Pucón, Villarrica, Puerto Varas y Puerto Montt. Salió a cenar con intelectuales como Jorge Millas, Fernando Oyarzún y René Guzmán. “Era una sorpresa grata cada día. Antes que se cumplieran las dos semanas me pidieron que me quedara un año, antes de irme a Canadá. Finalmente nunca me fui a Canadá. Valdivia fue una trampa mortal y fue el lugar donde con mi esposa decidimos criar a nuestros hijos”, expresó. Además, en la Uach había un microscopio electrónico.
Testigo del surgimiento de una disciplina
La editorial de la Universidad de Cambridge invitó a Esteban Rodríguez a escribir un libro sobre el nacimiento de la neuroendocrinología, ya que él fue uno de los testigos de ese acontecimiento. “Probablemente soy el más viejo, vivo y sin Alzheimer, de aquella época. Yo era muy joven en ese momento. Estoy muy contento”, dijo. Lo escribirá en España, porque visitará lugares emblemáticos para la historia, en Alemania e Inglaterra. También planea escribir un libro sobre su experiencia en el camino de Compostela. Para él, generar estas ediciones serán una transición entre su período de trabajo y su jubilación.
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Publicado en: Entrevistas